martes, 9 de julio de 2013

ANIMALARIO: EL TIGRE AMUR, por Regina Martínez Pastur

Todo en él es ceremonioso; su caminar, paso a paso, 
apoyando suavemente su mano recubierta de un pelaje casi plumoso; sus mortíferas garras que permanecen escondidas para no provocar el más mínimo sonido; su magnífico olfato, que le va indicando absolutamente todo; sus bigotes, que son su radar. No necesita ni tan sólo mover la cabeza, Su vista mide las distancias que lo separan de su presa y su paciencia le indica cuándo es el momento. Entonces se detiene. Comienza a preparar su ataque: debe comer, tiene hambre; si no fuera así, no mataría.
Vive en un inmenso territorio de 4.000 millas cuadradas. Son sólo suyas para reinar en ellas. Si otro macho las invadiera para hacerlas propias, lo atacaría, pero si tan sólo pasara de largo, con un fuerte gruñido avisaría que eso, es suyo. Por algo,  el tigre de Amur ha rociado los árboles con su oloroso orín, inconfundible y propio.
A las hembras no les hace nada. Sabe que cuando entran en su territorio es porque lo buscan a él. Al futuro padre de sus crías.
Las hembras en celo, entran en el área del tigre, muchas veces con sus cachorros del año anterior e, incluso, hasta de dos o tres años, pero es muy poco el tiempo que permanecen dentro del lugar. Lo hacen de tres a siete días, que es el tiempo que dura su celo. Y luego se retiran.
La preñez dura cien días más o menos y paren de dos a tres cachorritos. Rara vez hay cuatro y casi siempre se mueren.
La ceremonia de apareamiento tiene su encanto y el tigre busca y juguetea con su hembra hasta conquistarla. Es un acto de amor mutuo. Cuando la hembra se va, viene otra. No hay épocas de celo.
Los cachorros, como los humanos, son mamíferos, y están seis meses alimentados por leche. Luego comienzan a degustar de a poquito, carne.
Abandonan la manada, algunos a los cuatro años, para formar la suya propia.
Cuando el tigre de Amur queda solo, sabe que es rey.
Casi nadie lo puede ver porque se mimetiza de tal manera que se parece a un sol brillante y único, con sus rayos de oro refulgentes.
Al cazar parece un cirujano. Trata de no lastimar a su presa. Va directo a la yugular para matar rápido y  sin dolor.
Una vez saciado su apetito, lame su magnífico pelaje. Parece vestido con un “Dhoti” crema claro arriba del cual lleva un “Kurla” de brocato marrón oscuro, como abrigo y como manto.
Él es así. Y así viven también los suyos.
 Los tigres no ronronean; eso lo hacen los gatos. Él, como felino Rey que es, emite un fuerte gruñido, y así, los suyos saben que  está ahí. 

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