martes, 9 de julio de 2013

BESARIO: EL BESO ÁSPERO por Chichí Fiorda



Viajaba en tranvía.  Era un trayecto largo y tedioso por aburridas calles.  Bien temprano llegaba a la esquina, con
 sol, con lluvia, en invierno y verano, y esperaba un rato hasta que llegaba traqueteando el viejo tranvía;  ella 

subía y si podía, se sentaba en la ventanilla del lado izquierdo. ¡Tenía que ser ese lado! Porque al ratito pasaba
 por esa esquina donde lo veía.

Al principio, en los primeros viajes, lo miraba indiferente, como uno más, pero al pasar los días sus sentimientos
 fueron cambiando.

¡Él era tan buen mozo, un verdadero churro! Tan joven y tan lindo, porque lindo era la palabra que lo describía, 
con una belleza casi femenina.  Bien afeitado, prolijamente peinado y vestido con una blanca camisa y una 
formal corbata. Siempre.

El día en que por algún imprevisto, si algo se interponía entre ellos,  no podía verlo, la invadía una profunda
 tristeza que la acompañaba durante toda la jornada.

Esperaba ese cruce de calles en el que estaba segura que él estaría mirándola de frente.  ¡Porque él también la 
miraba!

Ella era pobre. Feúcha y mal arreglada porque no podía comprarse ropa fina. Trabajaba como 
vendedora en un comercio de artículos de iluminación y el sueldo era poco para sus aspiraciones.

En cambio él era todo lo contrario, ¡tan elegante! se notaba su prosperidad en la ropa que siempre lucía. 

Ella se fue enamorando sin darse cuenta y todos los días cuando lo divisaba al pasar.

Lo besaba con toda el alma, a lo lejos.  ¡Qué beso tan sentido le enviaba! Luego cerraba los ojos el resto del 
camino imaginando los suyos, los que él le daría y su corazón se ensanchaba de felicidad.

¿Cómo serían sus besos?  ¿Dulces, fuertes, apasionados, urgentes?  La harían sentir temblorosa, excitada, tan
 feliz que podría morir si la besaba.

Pero todo era un sueño.  Día a día pasaba a su lado; sus miradas se cruzaban, pero ahí quedaba todo.  Sus 
ojos se encontraban, esos ojos celestes con los de ella, marrones y opacos.  No podía creer que él se fijara en 
ella.

Al final de tantas pasadas un día decidió terminar con la incertidumbre.  Iba a enfrentarlo.  ¿Qué pasaría 
cuando estuvieran frente a frente?  ¿Se habría dado cuenta de los besos que ella le enviaba con sus ojos, sus 
labios, su cara, con todo su cuerpo y sus pensamientos?

Estaba aterrorizada.  Esto que tenían la hacía feliz, le alegraba el día y la acompañaba en sus tristes
 noches; temía quebrar el momento mágico en que se cruzaban sus miradas.  Pero hizo coraje.

Bajó temblando en esa esquina que conocía solamente de pasada. ¿Era Flores o  Caballito?  No importaba.

Cruzó la calle entre la muchedumbre y ahí estaba él.  ¡Tan lindo! sonriente, con su camisa blanca y la hermosa 
corbata.

Lo contempló un instante…, y entonces apoyó la cabeza sobre su pecho y luego, en los  labios, depositó un 
silencioso y áspero beso… en el aviso de Modart que se anunciaba en la pared.

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