jueves, 11 de julio de 2013

ANIMALARIO: EL TIGRE, por Alcira Lembi



Se ha detenido, las rayas de su piel más tensas que nunca, en lo alto de la roca. Los radares de
 sus orejas barren el aire circundante en captura del mínimo rumor. Como un prisma olfativo,
 su nariz absorbe cada olor que rezuma la tierra, y los clasifica certeramente para asegurarse de que, una vez más, no hay peligro que amenace su presencia majestuosa. Luego se recuesta, 
largo y lánguido, retrae sus garras, entorna los párpados, aquieta el látigo de su cola. Silencio. 
Tigre en reposo.
Ha venido corriendo de lejos; ha cruzado manglares y sabanas, derribado jabalíes y búfalos;
 antílopes y ciervos fueron manjar en épocas de abundancia, pero supo conformarse con la rana,
 piedra vegetal que respira, o con el pez, hoja de plata que cimbra. Ha atravesado espacios
 pero también ha devorado siglos. Ha conocido el silencio primero de la tierra; en su sabia
 carrera ha entrevisto el amanecer y el esplendor de la naturaleza, y ha sido testigo del ocaso
 voraz de las especies; invicto en sus épocas primigenias, un buen día hubo de simular que 
abdicaba a su reinado ante el hombre que pretendió engañarlo ofreciéndole el trabajo hecho
 - casa y comida - a cambio de sumisión, o de su piel.
Ha retozado, amo entre sus hembras, para asegurarse la perpetuidad del nombre y la especie.
 Y ha seguido corriendo hasta aquí, hasta hoy, hasta ahora.
El sol bosteza. Él se yergue, se despereza apenas, afirma sus patas y lanza un rugido ancestral.
 Un silencio pavoroso le abre camino. Baja casi zigzagueante de la roca y se prepara. Es tiempo 
de reanudar su carrera.
Lo último que vemos es su cola. Traza un relámpago entre las piedras. 
Y se esfuma. 

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