BESÁME
por Arnie Noejovich
¡Pobre
muchacho! Dicen que el accidente fue terrible. Nadie pensó que tenía alguna
chance de sobrevivir.
El
auto, después de girar como un trompo en medio de la ruta, quedó con el techo
aplastado contra el asfalto mojado. Los bomberos debieron cortar la chapa para
sacarlo.
Lo
que extrajeron era una masa sanguinolenta, un cuerpo casi sin signos vitales.
Pero aún vivía.
No recuerdo nada. No tengo idea de dónde estoy ni de
cómo llegué. Lo único real en este momento es que no siento las piernas, tengo
el pecho como soportando una tonelada encima, la cabeza inflada como un globo
gigante.
Me han puesto tubos, agujas, sondas y mil artilugios
más. Un verdadero adefesio.
Nadie
viene a verlo. Ya lleva seis días debatiéndose entre un mundo y el otro. Cada
vez que paso miro esperando ver a alguien en la silla junto a la cama. Pero no.
Voy a tener que hacerlo yo; quiero ocuparme de este desgraciado.
Hay una mujer que espía por el vidrio de la puerta.
Pasa con frecuencia. No se qué quiere descubrir. No la conozco, creo. Pero ella
me observa. Su cara no transmite ninguna emoción. ¿La manda alguien? ¿Con que
propósito?
Escuché
a los médicos cuando salieron de la habitación. El pronóstico es malo. Aún no
saben si podrán salvar las piernas. Y un brazo. Tiene un coágulo en el cerebro
que habrá que tratar de extirpar. Feo
panorama para el joven. ¡Es tan lindo! Merecería quedarse un rato más entre los
suyos.
Lo
miro a través del vidrio. Esbozo una sonrisa.
Es bonita la rubia. Sólo le veo la cara y parte del pelo.
Es raro que una enfermera lleve los labios tan pintados. ¿Será que la utilizan
para reanimar a los semi-muertos como yo?
Esta
mañana le colocaron más tubos y en lugar del suero, colgaron una bolsita con un
líquido verde. No se que es, pero cuando la sustancia entra en sus venas debe
producirle mucho ardor o dolor. Lo deduzco por la manera en que se aferra con
violencia a las sábanas. Parece que quisiera arrancárselo todo.
Me están inyectando un líquido espeso y verde. Me
produce un calor casi insoportable.
Justo en ese momento, se asomó la rubia. No se si fue
el medicamento o su sonrisa provocativa, pero el calor aumentó y tuve una
erección.
Estoy más muerto que vivo pero puedo sentir.
En otras circunstancias ya la hubiera invitado a
entrar.
Pasé
por su cuarto y no estaba. ¿Quién me lo arrebató? Él es mío. Corrí como loca y
averigüé. ¡Qué alivio! Está en el quirófano. El ayudante del cirujano me dijo
que la operación salió bien. Ya no hay coágulo. Con el resto, ya verán.
Hoy me operaron la cabeza. En cuanto me anestesiaron
soñé con ella. ¿Habrá pasado por acá? Me gustaría verla…
No pasó. Estuve durmiendo tanto que a lo mejor vino y
no la vi. Tengo sueño. Voy a soñarla otra
vez.
Ayer
me acerqué dos veces pero estaba durmiendo. Seguro que es el efecto de la
anestesia. Voy pensando en qué podré hacer con él.
Entraron dos mucamas, petisas y gordas. Me lavan y me
cambian las sábanas.
De pronto, la más fiera empezó a gritarme.
-
¡Mire joven! ¡Yo estoy para atenderlo pero no voy a permitirle que haga
esas cosas!
La miré sin entender de qué cosas hablaba.
Ella se encargó de aclarar:
-
¡No voy a aceptar que usted abuse de mi buena voluntad; no señor!; le
prohíbo, ¿me entendió? ¡le prohíbo que vuelva a tener poluciones nocturnas! ¿Le
quedó claro?
Yo ni me había dado cuenta y además, no fue
consciente.
Igual me divierte ver a la endemoniada hecha un
basilisco.
Me
asomé. Estaba despierto. Sonreí y me mordí el labio inferior expresando deseo.
Me
invitó con los ojos y moviendo un poco su única mano útil.
Me
cercioré de que no anduviera nadie por el pasillo.
A
esta hora están repartiendo la comida. Y en esta ala están los recién operados.
Esos no comen.
Entré.
Me miró con avidez. Me acerqué y le acaricié la frente. Bajó su mano por la
sábana para disimular. Se le encendieron las mejillas. Me tomó la mano y la fue
guiando.
Es
un muchachito muy fogoso. Y no me parece estar maltrecho en todo su cuerpo.
Después
le humedecí los labios con una gasa. Cuando me incorporé para irme, me apretó
la mano. Me agaché y lo bese en la frente. Sonrió.
¡Es divina! Calculo que tiene mi edad. Más o menos.
Quisiera tener bien el otro brazo para tomarla por la cintura. Ayer le hice
meter la mano debajo de las sábanas y no le molestó. Creo que hasta le gustó.
Me dio un beso en la frente. Yo quiero que me bese en
la boca. Hoy voy a intentarlo.
El
chico mejora con rapidez. Es la fuerza de la juventud. Cada vez me gusta más.
Parece tan dulce. Pero no debo ablandarme si quiero cumplir mi misión.
Ya debe estar por llegar. Sólo pensarlo me acelera los
latidos. Me estoy enamorando de mi pícara enfermera.
Ahí está. Le hago un guiño. Entra. Me hace ojitos.
Saca la lengua. Juega. Le hago señas para que se acerque pero no me hace caso.
Tengo
que mantenerme lejos porque de lo contrario voy a fallar. No debo dejar que me
domine.
No puedo más. Voy a pedirle que me bese en la boca.
Muero por ella.
Le pido que se acerque y viene lentamente hacia la
cama.
-
Besáme –susurro en su oído.
-
¿Estás seguro? Pregunta coqueteando.
Le digo que sí con un gesto.
Entonces se acerca. Apoya sus labios en los míos. Los
abro y algo, como una savia espesa, me recorre por completo.
Comienza a alejarse caminando hacia atrás.
No camina, flota. Y sigue sonriéndome. Ya está por
atravesar la puerta. No quiero perderla. Pero no puedo caminar.
Me concentro en su cara, en su cuerpo, en su pelo y
siento que comienzo a levitar.
Voy tras ella pero nunca me acerco.
De a ratos me mira y sigue sonriendo.
Se detiene, la alcanzo, la tomo de la mano y juntos
cruzamos el umbral.
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