martes, 9 de julio de 2013

ANIMALARIO: EL SAPO, por Elvira Rifé




                                                                                   Cuando se acerca la noche, sale el sapo tímidamente de          
                                                                                   su caja de piedra escondida en el cantero .Su color pardo 
 y manchado se mimetiza con el entorno húmedo del                                 
jardín. Lento, pesado y cauteloso,camina apoyando sus
 manos cortas, gruesas de cuatro dedos y ligeramente
chuecas, para poder erguir su corto tronco y despegarse
 de la tierra y ver el mundo desde el nivel que le permite
su anatomía aplastada. Sus ojos, de gruesos párpados,
son dorados, de pupilas horizontales y a pesar de la
 inmovilidad que parece tener su cuerpo, tiene una
rápida y profunda mirada del paisaje y las presas que
se mueven en él.
Cazador paciente, espera su oportunidad y dispara 
hacia   adelante como una flecha su lengua protráctil, 
y engulle al desafortunado animal, que queda atrapado 
en el extremo pegajoso.Se aleja con saltos 
cortos, tanto como lo permiten sus patas posteriores de cinco dedos, que no son tan largas como las de
 la rana, que salta elegante y airosa.

Su menú siempre es carnívoro y sus platos predilectos son los escarabajos, las hormigas, el ciempiés,
las larvas de insectos y los gusanos. Jamás ataca si no es para alimentarse o defenderse. Su piel
rugosa y seca, posee glándulas que secretan un líquido tóxico e irritante que hace desistir a casi todos
sus atacantes y, si esto no funciona, recurre a sus recursos actorales: Puede hacerse muy grande;
tanto que supera en tamaño a su agresor... que da media vuelta y sale disparando. También puede
hacerse el muerto. Se vuelve sobre su espalda, cierra los ojos y estira sus patas, dando un aspecto
 de cadáver bastante convincente.
El “ bufo bufo”, nombre científico del anuro, al que todos llamamos sapo, tiene su período de amor
 en marzo y abril, y acude para reproducirse  a los puntos de agua, como charcos, estancos, lagos 
o riachuelos . Cada año hace largas migraciones hasta su lugar de nacimiento. Allí las hembras 
ponen muchos huevos (como 4 ó 5 mil), y los dejan adheridos a las plantas, por medio de finos 
cordones, que los mantendrán unidos hasta que sean renacuajos y se lancen al agua.Sólo habitará 
allí hasta que pierda la cola y tenga patas. Entonces volverá a la tierra de llanos y montañas, como
 sus padres, y habitará, como ellos, solitario y callado, oculto de día, enterrado en el suelo, bajo las 
piedras, entre la hojarasca, debajo de los troncos o en canales cubiertos de jardines y huertos. 
Escondido siempre en el mismo lugar y librándonos de insectos molestos o parásitos dañinos.
El sapo es muy discreto, no nos pide nada y puede vivir así entre 10 y 30 años.Podemos verlo solo o 
en grupo y, si lo observamos, distinguiremos a la hembra, grande y regordeta, junto al macho 
más pequeño y oscuro (10 centímetros para un gran trabajador de la naturaleza).
Si fuera humano, lo compararía con un guarda fauna, dedicado a lo suyo, con amor a su entorno y 
siempre atento. No necesita que lo vista. Su traje camuflado color naturaleza es su mejor atuendo. 
Su hembra tampoco necesita vestido. Sólo le pintaría de rojo su boca sensual, de sonrisa plácida, 
y le colocaría pestañas postizas en sus dorados ojos soñadores.
Así y todo seguiría siendo discriminado, con mala prensa y pocas oportunidades de darse a conocer.
 Merecería que le prestemos más atención. Es un ser manso y pacífico dentro de un cuerpo que
 puede parecer desagradable. Detengámonos y mirémoslo con otros ojos. 
Dios lo creó así y por algo será.
                                                                 

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