Vanesa O. Luner,
que nació en una ciudad de Estados Unidos, conoció a Arón Astuta (que siempre quiso tener
una profesión que no muchos tienen). Se casaron a pocos meses de
entablar una relación y fue madrina de la boda Margot Durá (cuyo marido era un “teatrero” de primera),
mientras que Marcos Ure, procedente
de un país alejado, hizo las veces de padrino.
De viaje de bodas
llegaron a una ciudad europea y allí se encontraron con Marta Smed, amiga de ambos, a quien
hacía tiempo no veían. Ella les contó que tiene dos hijos (uno llamado Sam y la otra llamada Elina) y que son fanáticos de una
comida que tuvo que aprender a hacer ni viene reclamaron cosas “sólidas”
para comer... Cuando se queda sin ingredientes, corre a ver a Malena Roce, que la saca del paso
porque su marido tiene un trabajo que le viene como anillo al dedo. Y
así, ella satisface a sus dos golosos hijitos.
La luna de miel, sin
embargo, no fue del todo gratificante, ya que estuvo teñida de sorpresas. A
raíz de un percance debieron concurrir a la casa de Gloria Dao, que les recomendó ver con urgencia a su hermano, ya que
ella no siguió esa especialidad.
Falsa alarma: todo
se solucionó con un analgésico que compraron en el quiosco de Daniel Tomás Codeniz. Éste –en sus
ratos libres- practica una disciplina que, cuando era
joven, lo convirtió en un astro del deporte amateur. Incluso, oportunamente,
había obtenido un quinto puesto, detrás de Rita
Castro, representante de un país centroamericano.
Para festejar,
fueron al teatro a ver “Un Dios Salvaje”,
y en la boletería -¡oh, casualidad!- estaba Boris J. Tauler, que les comentó que esperaba conseguir esa noche el
autógrafo de una famosa actriz.
Mala suerte: estaba indispuesta y fue reemplazada a último momento por Luisa Arat, recién arribada de su país
de origen. Venía de participar junto a su colega (y marido) Ben Sacloot en un partido de un
deporte en el que siempre había brillado; tanto como en el escenario.
Incluso, dijeron después, que aprovechó el viaje y le compró a la mundialmente
reconocida coleccionista (Rosalía Valdd),
una obra de un pintor más que famoso. Para pagar, juntó hasta su último
pesito, incluyendo todo lo que había ganado cuando trabajó con Cora Gamefan, que fue la que le enseñó
el oficio con el que hizo sus primeros ahorros. Siempre le estuvo
agradecida por eso. Aquella buena señora era socia de Fito Nasci, que tenía a su cargo la tarea central de ese
emprendimiento.
Así, más o menos,
transcurrieron aquellos días “mieleros”: días en los que fueron felices y
comieron perdices.
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